La historia de Carlos Almarza, uno de los últimos volantineros vivos del país: lleva 71 años produciendo este tradicional tipo de cometa
“He llegado a hacer hasta 50 volantines en un solo día. Me han dicho que soy único porque tengo la técnica de pegar el papel con cola fría y hacer que parezca estampado”, contó el artesano.
Iniciándose las Fiestas Patrias, Carlos Almarza, a sus 84 años, recuerda con cariño la primera vez que los volantines entraron en su vida, cuando tenía tan solo 13 años.
Su pasión por encumbrarlos era tan grande que, debido a la falta de dinero, su única opción era recuperar los que otros perdían. En aquellos años, el hilo curado era permitido, y cada fin de semana se organizaban competencias en el cerro Rodelillo, en Valparaíso.
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Carlos no era el único que recogía los trozos de hilo, los cuales anudaba hasta tener la longitud necesaria. “Parecía rosario con tantos nudos”, recordó el porteño sobre aquellos días. Su habilidad manual pronto lo llevó a fabricar sus propios volantines utilizando retazos de papel que encontraba. Eran diseños sencillos de un solo color, ya que aún no sabía cómo cortar el papel para hacer patrones más complejos.
Sin embargo, su creatividad no pasó desapercibida, y con el tiempo, empezó a vender los volantines que fabricaba. Todo cambió cuando un día, tras recibir unas monedas, decidió invertir en 10 pliegos de papel volantín de colores. Visitó a un fabricante local de volantines para aprender la técnica, y con su nuevo conocimiento, mejoró sus creaciones y vendió toda su producción rápidamente.
Toda una vida llena de anécdotas dedicada al volantín
Durante más de 58 años, Carlos combinó su trabajo en una carnicería con su oficio de volantinero. Cada septiembre, decoraba su lugar de trabajo con sus diseños y lograba vender hasta 3.000 unidades en la temporada. Se hizo tan popular que lo apodaron “Don Jote” en su barrio.
“He llegado a hacer hasta 50 volantines en un solo día. Me han dicho que soy único porque tengo la técnica de pegar el papel con cola fría y hacer que parezca estampado. Me gustan mucho las combinaciones de colores, especialmente el negro con el amarillo, que desde el cielo se ven muy bonitos”, compartió el porteño.
Entre sus anécdotas más queridas está el día en que, encumbrando un volantín en la casa de su hija, este se cortó. Mientras almorzaba, lo dio por perdido. Sin embargo, minutos después, un niño pequeño llegó a su puerta con el volantín en las manos.
“Era un niño de 8 o 9 años que lo recogió y me lo vino a devolver. Le dije que se lo quedara”, recordó. Una semana más tarde, Carlos se encontró nuevamente con el niño, quien le dijo que no había jugado con el volantín porque lo tenía colgado en su habitación como decoración. “Se quedó con el diseño”, añadió el porteño.
Sus modelos más emblemáticos, como “pechuga”, “campanita” y “diamante”, han convertido a Carlos Almarza en un referente del arte volantinero chileno, un oficio que se remonta al periodo colonial y que él ha mantenido vivo durante 71 años.
El legado de Carlos Almarza
“Yo voy a hacer volantines hasta que las fuerzas no me den más. A veces me pongo a mirar a los niños por la ventana y veo cómo juegan, me acuerdo de cómo era yo cuando chico y me dan ganas de salir a jugar, a encumbrar volantines”, reflexionó. Carlos es uno de los pocos artesanos que siguen fabricando volantines de manera artesanal, respetando las técnicas tradicionales.
“Hoy se hacen muchos volantines con papel que ya viene estampado y no es lo mismo. Se arman en cadena, solo unen el dobladillo y los maderos”, lamentó el porteño sobre la pérdida de la manufactura artesanal en el oficio.
Para asegurar que su arte no se pierda, Carlos ha impartido más de 50 talleres, enseñando a futuras generaciones cómo crear estos volantines. “Espero que cuando yo no esté, alguien más pueda seguir haciéndolos. Es que no hay nada como ver a un niño jugando con un volantín”, expresó con esperanza.
Una muestra de su obra estará disponible para el público en la exposición “Ascendente/Trascendente”, organizada por la Corporación Cultural de Lo Barnechea. Más de 150 volantines diseñados por Carlos Almarza estarán en exhibición, incluyendo su favorito, la “telaraña”.
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