Cinco señales que podrían indicar que una persona es aburrida, según un experto
El especialista también entregó las claves para dejar de serlo.
Seguramente ser aburrido es una percepción que nadie quiere proyectar a la hora de interactuar con otro.
Eso sí, según un especialista en comportamiento hay ciertos indicados que pueden hacer que alguien sea visto de esa forma por los demás.
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“Te quitan la vida de la sala, su conversación es tediosa y no ves la hora de alejarte de ellas”, definió sobre el mismo grupo el doctor y experto en liderazgo Ronald E. Riggio.
Sus palabras aparecieron en Psychology Today y precisamente en ese último portal especializado dio cuenta de los cinco signos que harían a una persona soporífera.
Cuáles son las cinco señales que presentan las personas aburridas
Según lo que asegura Riggio, todo tiene que ver con su comportamiento y forma de expresarse. Así menciona:
- La negatividad es su fuerte: se puede quejar constantemente su diversas situaciones e incluso considerar malo algo positivo que se le mencione.
- Son superficiales: no le interesa entablar conversaciones profundas y prefiere inclinarse por temas sin importancia, como el tiempo. Puede repetir lo mismo varias veces y es difícil conectar con él.
- Son impasibles: hablan en un tono monótono y que se caracteriza por la inexpresividad. No hace contacto visual e incluso podría parecer “desconectado”.
- Tiene un ego elevado: hablan mucho de sí mismas y muestran poco interés o empatía por el gesto. Si se trata de contar una historia podría durar una eternidad.
- Son predecibles: Utilizan clichés, rara vez usarán opiniones firmes. También podrían tapar en elogios a los demás, sin motivos.
“Cualquier aburrido puede cambiar esta situación desarrollando mejores habilidades de conversación”, es una de las grandes sugerencias que entrega la misma voz.
¿Y hay algún secreto para el cambio? Tendría que ver con volverse un poco más carismático, siendo un mejor oyente, respetando los turnos y preparando historias o temas “estimulantes de antemano”, concluye el también profesor de psicología organizacional del Claremont Mckenna College.