Sinfónica Nacional de Chile mostró su excelente nivel actual con Mahler
La Quinta Sinfonía del compositor austriaco constituyó otro punto alto de lo que va de la presente temporada de la orquesta estatal.
De Gustav Mahler se suele aludir a sus influencias inmediatas, como Wagner, Bruckner o Liszt, pero menos conocido es el hecho de su profundo amor por Johann Sebastian Bach. El compositor austriaco amaba el uso del contrapunto del viejo maestro alemán, y es algo que se aprecia en los complejos entramados de líneas musicales en sus sinfonías.
Donde es bien palpable esta conexión es en la Sinfonía No.5 (1902), que la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile ofreció como cierre de su ciclo de “Grandes Quintas”, iniciado en marzo, y que aquí se coronó en un concierto deslumbrante, ofrecido en dos abarrotadas funciones en el Teatro Universidad de Chile.
En el podio estuvo el titular de la orquesta, maestro Rodolfo Saglimbeni, quien en un acierto programático, incluyó como bonito “bonus” de inicio, el arreglo que hizo Mahler del famoso Aire de la Suite No.3 BWV 1068. Esta pieza, que pareciera reflejar simultáneamente la belleza y la tristeza de la vida, reflejó el excelente nivel de las cuerdas de la orquesta nacional, un sonido deslumbrante, brilloso, que empalmó de maravilla con lo que vendría, cuando todo el resto de las familias instrumentales se sumaron para la tan esperada Quinta.
La tan querida sinfonía resonó con fuerza, en una versión que estuvo lejos de ser algo rutinario. Saglimbeni y el actual contingente de la OSNCH consiguieron una interpretación única, rica en detalles y sin desperdicios. Crédito especial para el primer trompeta Luis Durán, en el solo inicial, la semilla del inicio de la obra; y para el cornista Thiago Martins, en sus fundamentales intervenciones en el Scherzo.
En lo macro, cada uno de los cinco movimientos adquirió un espíritu propio, como si hubiese sido una quina de piezas, aunque prodigiosamente sin sacrificar la unidad. Así, el color instrumental en el primero, contrastes en el segundo, sutilezas y detalles en el tercero, expresividad en el cuarto (el famoso “Adagietto”), y el tratamiento del ritmo en el quinto, sirvieron para encauzar un discurso musical pleno, que mantuvo férreamente la atención auditiva de los presentes durante los cerca de ochenta minutos que dura la obra.
El público, que obtuvo excelencia musical con creces, hizo valer su aprobación en una fragorosa ovación. La orquesta, confirma así, el excelente presente que vive.
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